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martes, 27 de octubre de 2015
martes, 20 de octubre de 2015
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martes, 6 de octubre de 2015
martes, 9 de abril de 2013
Vuelco al turismo en El Cocuy
Vuelco al turismo en El Cocuy
Debido a la contaminación y al deterioro de la vegetación del lugar, Parques Nacionales prohibió los recorridos a caballo, principal medio de transporte en la zona.
El rumor corrió rápidamente por los municipios de Cocuy y Güicán (Boyacá): Parques Nacionales estaba analizando la posibilidad de cerrar las puertas del Parque Nacional El Cocuy, donde trabajan decenas de familias de la zona. ¿La razón? Los cerca de 500 caballos que han servido en los últimos años de transporte a los turistas también se han convertido en un factor de contaminación.
Hace apenas dos semanas, durante los días de receso por Semana Santa, 1.700 personas eligieron al Cocuy como destino para sus vacaciones. Muy pocas se animaron a caminar hasta los picos, las lagunas o los valles de frailejones de esta sierra nevada. El camino es largo. Por ejemplo, llegar al borde de los picos Cóncavo, Portales y Toti, requiere mínimo cinco horas de recorrido a pie; por eso la mayoría prefirió montar uno de los caballos que se alquilan en la zona. ¿Cuántos de esos visitantes sabían que por cuenta de las heces de los caballos en los que hicieron sus viajes se están contaminando las aguas, que son las mismas que consumen los pobladores aledaños? Probablemente muy pocos.
Los que sí conocen los efectos de las cabalgatas sobre este frágil ecosistema que tiene 306.000 hectáreas, son los funcionarios de Parques Nacionales. “El uso de los caballos ha venido aumentando, afectando la vegetación y contaminando las zonas de recarga de agua. Hay que frenar el deterioro del parque”, explica Julia Miranda, su directora. El año pasado, según datos de la entidad, llegaron al Cocuy 9.700 personas, y en lo que va corrido del año, 8.400 turistas han visitado el nevado, la mayoría a caballo.
El rumor del cierre de El Cocuy era cierto. Inicialmente, Parques Nacionales contempló suspender las visitas, pero la semana pasada, durante una reunión con los operadores de la zona, los alcaldes de Cocuy y Güicán y otros pobladores, Miranda anunció las medidas: de ahora en adelante ningún turista podrá entrar al lugar a caballo. Los animales se usarán sólo para rescates y en casos excepcionales. Los visitantes que suban a caballo serán sancionados. Además, se van a reglamentar los sitios de camping y a impulsar la venta de un seguro para todos los turistas con el fin de mejorar los rescates, si llegaran requerirse.
La decisión de sacar a los caballos del parque tiene bastante preocupadas a decenas de familias que viven de esta actividad. “Nos afecta a todos los prestadores de la región. Hay varios proyectos comunitarios que se hicieron en torno al turismo y esta prohibición cambia todo. Van a acabar con el turismo”, señala Sandra Muñoz, vocera de los operadores. Según Muñoz, por lo menos 60 familias obtienen su sustento prestando este servicio y hoy no saben qué hacer. Hasta ahora, un recorrido a caballo por la sierra nevada podía costar alrededor de $40.000.
Una de las afectadas, Marleny Ibáñez, manifiesta que “nos dejaron sin trabajo a todos los que nos habíamos dedicado al turismo y no nos dieron opción de negociar”. Para William Albarracín, miembro de la Asociación de Prestadores Ecoturísticos Güicán-Cocuy (Asegüicoy), aunque es clave mantener la conservación del lugar, había otras salidas, como el mejoramiento y la construcción de nuevos senderos que permitieran reglamentar el uso de los caballos, sobre todo para que los visitantes que no tienen las condiciones para caminar no se pierdan la oportunidad de conocer el lugar.
La visión de Parques al respecto es más optimista. “Esta medida implica un cambio de mentalidad para los visitantes. Pueden llegar, pasar la noche y prepararse para caminar. No se puede seguir pensando que se puede subir y bajar el mismo día a caballo”. Esto abriría otras posibilidades para los prestadores, de acuerdo con Miranda. Para Juan Pablo Ruiz, experto en temas ambientales y consultor de Parques Nacionales, este tipo de decisiones puede representar un cambio en la manera como se maneja el turismo en los parques nacionales, debido a que las actividades recreativas no pueden estar en contra de la conservación. “Si la gente entra a caballo, la capacidad de carga es menor y el desarrollo local será posible en la medida que el lugar esté conservado”, dijo.
Para Muñoz, los pobladores no son los únicos afectados, pues asegura que el 90% de los visitantes prefieren hacer los recorridos a caballo. “¿Qué va a pasar con el turismo en El Cocuy? Realmente no lo sabemos”, señala.
In Vitro
Fin de un ícono de la rumba bogotana
El bar In Vitro cerró sus puertas, y el festival de cortos que se
realizaba allí se transforma.
EL BAR IN VITRO FUE CUNA DEL FESTIVAL DE
CORTOMETRAJES QUE VIO LOS PRIMEROS TRABAJOS DE GRANDES DIRECTORES NACIONALES.
“¿Y ahora dónde nos
vamos a encontrar para hablar de cine, escuchar música, bailar, compartir
ideas, soñar películas?”.
Esa era la pregunta que
se hacían la semana pasada un grupo de asiduos visitantes a In Vitro, tras la
decisión de sus dueños de cerrar este bar por el que ha pasado la Bogotá
cultural.
Ese día estaban
“ebrios de nostalgia”, cuenta Juan Gabriel Machado, documentalista y quien
atendía el bar y ponía música sin cobrar un peso.
Con una camiseta que
decía In Vitro estuvo en esa predespedida y se encontró con otros que, como él,
sienten que se acaba más que un bar.
“Más que un sitio
para albergar borrachos, era un lugar de debate y visualización de historias de
gente que tenía en común la música y el cine”, dice.
Y es que en este
lugar no solo nació el Festival In Vitro Visual y la tradición de que cada
martes se proyectaran cortos, sino que desfilaron decenas de cineastas, músicos
y periodistas.
La lista es larga,
pero era común ver allí a músicos como Mario Duarte, de La Derecha; Tostao de
ChocQuibTown; Bathory, miembro de Systema Solar; los integrantes de La 33 y de
La Mojarra Eléctrica. Además de actores como Fernando ‘el Flaco’ Solórzano y
Juan Pablo Shuck, y los periodistas Mario Jursich y Karl Troller.
In Vitro también fue
el lugar donde directores de cine como Andrés Baiz (Roa), Jhonny Hendrix
Hinestroza (Chocó), Jorge Navas (La sangre y la lluvia) y Ciro Guerra (Los viajes
del viento) intercambiaron ideas y crearon oportunidades.
Además de que sirvió
para dar cabida a documentales alternativos como Impunity, de Hollman Morris,
que no fue proyectado en las salas de cine.
Sin embargo, no
obstante su importancia como lugar de encuentro, durante todo el 2012, por los
vidrios del bar ubicado en la esquina en la séptima con 60 se veía soledad.
Mauricio Guerrero,
uno de los socios de In Vitro, cuenta que el bar cierra porque cumplió su
ciclo.
“Era un bar cero
pretencioso, con personalidad. El sitio de encuentro de toda la ‘fauna’
bogotana, desde estudiantes de cine hasta directores de multinacionales y
embajadores”, recuerda Guerrero, quien ahora está más dedicado a los
restaurantes.
Él mismo reconoce que
hay mucha nostalgia alrededor, pero afirma que ya le hizo el duelo y que esa es
la mejor forma de terminar una etapa de su vida y de una generación de la
ciudad.
In Vitro Visual se transforma
“In Vitro Visual se
acaba tal y como lo conocimos: ni el nombre ni el lugar ni la perspectiva serán
los mismos”, explica Jaime Manrique, el fundador de este festival que por diez
ediciones se enfocó en la promoción de jóvenes que hacían sus cortometrajes.
Desde hoy se conocerá
como el Bogotá Short Film Festival, con la apuesta de que sea un referente
turístico, “para que la gente venga a ver lo mejor del corto mundial a la
ciudad”, agrega Manrique respecto al festival que se celebra en diciembre y que
concede las Santas Lucías (galardón que se mantendrá como imagen del nuevo certamen).
Entre otros cambios,
la inscripción de cortos se hará a través de una plataforma en línea
administrada por el Festival Clermont-Ferrand, en Francia, el certamen más
importante del mundo en cortometraje.
Además, contarán con
proyectos en la web, como Bogoshorts TV, en los canales de YouTube y Vimeo, con
entrevistas con directores y productores de cada corto; Bogoshorts Magazine, y
se hará el Bogoshorts tour, que llevará una retrospectiva de lo que se ha presentado
en In Vitro, durante diez años, a distintos festivales de cortos en Venezuela,
México, Perú y Miami. Finalmente, lanzarán un DVD con los diez cortos ganadores
del festival.
Lo que sí se
mantendrán son las sesiones semanales, que los martes de abril serán en el bar
El Coq (calle 84 No. 14-02); pero después de trasladarán a otros lugares de la
ciudad. “Queremos mantener la imagen de In Vitro como escenario de negocios y
que la gente se quede con la idea de que puede ir a ver cortos los martes”, confirma
Manrique.
El lanzamiento
oficial del Bogotá Short Film Festival será este martes 9 de abril, en la
Cinemateca Distrital, con la proyección de una selección de cortos del festival
Oberhausen y unas onces santafereñas.
14 años duró la rumba
Con el cierre del bar
In Vitro, en Bogotá, quedaron atrás no solamente las noches de bohemia, sino el
escenario de encuentro de la gente que hace cine en Colombia.
9 de abril de 2013
Redacción Cultura y Entretenimiento
El detective detrás de la mano asesina de Roa Sierra
Moribundo el detective Potes le dijo al coronel
Mera: 'Yo maté a Gaitán'.
Plinio
Apuleyo Mendoza aporta un dato inédito: el hombre a quien el político Plinio
Mendoza Neira, su padre, consideró cómplice de Juan Roa Sierra (acusado de
dispararle el 9 de abril de 1948), confesó su crimen antes de morir.
¿Quién
estaba detrás de Roa Sierra, el asesino de Jorge Eliécer Gaitán? Desde hace más
de 60 años a esta pregunta se le han dado dos distintas respuestas, igualmente
falsas.
La primera de ellas, sustentada desde siempre por la extrema izquierda, afirma
que este crimen fue urdido por la oligarquía y el gobierno de Mariano Ospina
Pérez. La segunda, refrendada incluso por cercanos amigos a quienes suele
ubicárseles en la derecha, acusa al comunismo internacional, cuyo propósito
esencial habría sido el de sabotear la Novena Conferencia Panamericana, reunida
en aquel momento en Bogotá. Fidel Castro, entonces presente en la ciudad,
habría sido uno de los agentes comprometidos en este siniestro complot.
Pues bien, siempre fui depositario de una explicación totalmente ajena a estas
dos versiones y digna de ser tomada en cuenta. Se la escuché muchas veces a mi
padre, Plinio Mendoza Neira, el testigo más cercano del crimen que segó la vida
de Gaitán.
Siempre la guardé en mi mente como una confidencia familiar. Pero sólo ahora un
hecho todavía desconocido por el país parece confirmarla.
Recordemos lo sucedido aquel 9 de abril a la 1 y 5 de la tarde. Mi padre salía
con Gaitán del edificio donde este tenía sus oficinas. Se proponía llevarlo a
almorzar en un restaurante cercano, junto con otros amigos que se encontraban
con él. A Gaitán y mi padre, cercanos amigos desde muy jóvenes, la política los
había vuelto a reunir; gracias a este último, Gaitán había sido reconocido como
jefe único del partido liberal. Mi padre fue designado miembro de su junta
asesora. Como tal, se veían casi todos los días. Sus oficinas estaban situadas
a media cuadra de distancia. Yo, que era entonces un muchacho de apenas 16
años, por cierto fervoroso partidario de Gaitán, junto con mis condiscípulos
del Liceo de Cervantes Camilo Torres y Luis Villar Borda, le solía llevar
textos y transcripciones de sus discursos que registrábamos en nuestra oficina.
Aparece el asesino
Apenas habían traspuesto la puerta del edificio Agustín Nieto, seguidos por
otros amigos, mi padre tomó del brazo a Gaitán y antes de pisar la carrera
séptima alcanzó a decirle: "Tengo que hablarte de un proyecto que nos
conviene poner en marcha". Se refería a la creación de un instituto
llamado Benjamín Herrera, destinado a formar líderes sindicales para el partido
liberal. Pero no pudo decir más, porque en aquel momento, viniendo de la acera
de enfrente, vieron avanzar hacía ellos a un hombre con un revólver en la mano.
Pequeño, mal trajeado, con una barba de tres días ensombreciéndole el rostro y
una mirada llena de odio, alzó el arma e hizo tres disparos.
Gaitán, al verlo, había dado una brusca media vuelta intentando regresar al
edificio, de ahí que los disparos lo alcanzaran en la cabeza y la espalda. Cayó
sobre el andén. El asesino, posteriormente identificado como Juan Roa Sierra,
había bajado el arma como si quisiera disparar un tiro de gracia. Mi padre,
entonces, alargó su brazo como buscando arrebatarle el arma.
Roa Sierra la levantó velozmente hacía él e hizo un cuarto disparo que por
milagro no lo mató. La bala perforó su sombrero y se clavó en una pared del
edificio. Ese sombrero, con la huella del impacto, se guardó en casa por muchos
años.
Roa Sierra retrocedía lentamente, siempre con el arma en la mano, cuando
ocurrió algo inesperado. Del café Gato Negro, que estaba a sus espaldas, salió
un hombre corpulento, con sombrero y abrigo negros, que se acercó sin prisa a
él y tranquilamente le quitó el revólver. Luego le hizo señas a dos policías
que estaban en la esquina y les entregó a Roa, quien parecía obedecerle con
docilidad.
Aquel enigmático personaje dejó a mi padre muy sorprendido. No sabía si en su
acción había un frío coraje o más bien complicidad con el asesino. Le extrañó
mucho que no se diera a conocer en la prensa como el hombre que lo había
desarmado.
Los dos policías que tenían a Roa, rodeados de pronto por enfurecidos testigos
del crimen, decidieron empujarlo al interior de la farmacia Nueva Granada, que
estaba detrás suyo. El farmaceuta cerró rápidamente la reja para evitar que la
multitud penetrara en su establecimiento. Empleado o propietario de la
farmacia, a este hombre lo entrevisté dos días después. Fue mi primer trabajo
como precoz jefe de redacción de la revista Reconquista, editada por mi padre.
"Era un hombre muy pequeño y estaba muerto de miedo -me contó el boticario
refiriéndose a Roa-. Como la multitud se había agolpado al otro lado de la
reja, buscaba escaparse corriendo hasta el fondo del establecimiento sin hallar
salida alguna. Temiendo por mi farmacia, yo abrí la reja justo para darle
cabida solo a él y lo lancé fuera. Allí lo mataron a golpes".
El misterio del hombre que logró desarmar a Roa Sierra con suma tranquilidad lo
despejaría mi padre pocos meses después. Miembro de la dirección liberal, se
encontraba una mañana en la sede del partido, en la calle 16 con carrera 9a.,
cuando se empezaron a escuchar afuera los gritos de protesta de una inesperada
muchedumbre. Llamaban traidores a los dirigentes liberales, encabezados por Carlos
Lleras Restrepo, por haber aceptado, en aras de la paz, participar desde la
madrugada del 10 de abril en el gobierno de Ospina Pérez. El ministro de
Gobierno era el propio Darío Echandía. Pese a ello, en muchas regiones del país
seguían produciéndose actos de violencia contra los liberales a cargo de
policías conocidos como chulavitas y de conservadores rasos interesados en
conservar el poder en las elecciones presidenciales previstas para el año 50.
Con sumo valor, mi padre decidió salir al balcón para hablarles a los
manifestantes. Al lado suyo, apareció de pronto su amigo y miembro de la
dirección liberal José Francisco Chaux, quien sin abrir diálogo alguno le gritó
a la multitud: "¡No se dejen engañar! El hombre que está allí abajo,
azuzándolos contra nosotros, es un detective cuya placa de identificación aquí
tengo. Se llama Pablo Emilio Potes y ha organizado a los pájaros del
Valle". Diciendo esto, señalaba a un hombre grande y corpulento con
sombrero y traje oscuro que al oírlo intentaba escabullirse. Mi padre lo
reconoció de inmediato. Era el mismo personaje que había desarmado a Roa
Sierra.
'Yo maté a Gaitán'
A partir de aquel momento, y hasta el final de su vida, mi padre siempre tuvo
la convicción de que Gaitán había sido asesinado con la complicidad de aquel
Potes y de otros miembros del bajo mundo del detectivismo de la época que
buscaban, valiéndose de pájaros y chulavitas, impedir el triunfo de los
liberales. No hay que olvidar que desde 1947 se había desatado contra el
liberalismo en todas las regiones del país (mi padre lo había verificado en
Boyacá, su departamento) una feroz ola de violencia. Gaitán la había visto muy
de cerca. De ahí su famosa Manifestación del Silencio del 7 de febrero -2 meses
antes de su muerte-, poblada de féretros vacíos y banderas negras. Yo la
contemplé desde un balcón de la plaza de Bolívar, al lado de mi padre.
Por cierto, nunca creyó él que el presidente Ospina Pérez y su alto gobierno
estuviesen implicados en el asesinato de Gaitán.
Tampoco que fuese obra del comunismo internacional, con participación de Fidel
Castro. A propósito de este, siempre nos contó que dos días después del 9 de
abril había tenido que ir a la Quinta División de la Policía, en la
Perseverancia, para calmar y desarmar a un grupo de insurrectos que aún
permanecían allí. "En vez de emborracharse, ustedes se han debido
organizar como un grupo armado y colocarse al frente de una insurrección
popular -les dijo-. Ahora es demasiado tarde, están rodeados por el ejército.
He conseguido que los dejen salir sin que nada les ocurra".
También nos dijo: "dos muchachos cubanos, que allí se encontraban, se
acercaron a mí y me dieron la razón. -Quisimos ayudarlos pero no fue posible
-me dijeron-. Uno de esos muchachos tenía puesta una chaqueta de cuero".
Años después, hallándonos con Gabo en Caracas, entrevistamos a Emma Castro,
hermana de Fidel. Había llegado para solicitar apoyo a los revolucionarios que
se hallaban en la Sierra Maestra. Cuando supo que éramos colombianos, nos
regaló una foto que
Fidel y Rafael del Pino, un compañero suyo, se habían tomado en el parque
Santander. Llevaba la fecha del 3 de abril de 1948.
Apenas se la enseñamos a mi padre, reconoció en ella a los dos muchachos
cubanos que había encontrado en el cuartel de la Policía, en la Perseverancia.
Nunca llegué a imaginar que 65 años después de aquel 9 de abril de 1948,
surgiera de manera casi milagrosa, un testimonio capaz de darle vigencia a lo
que mi padre se llevó a la tumba como convicción suya.
En efecto, revisando en días pasados viejos mensajes electrónicos no abiertos,
encontré uno que me estremeció. En un texto titulado "¿Quién mató a
Gaitán?", escrito por el coronel Luis Arturo Mera Castro, se mencionaba
por primera vez a Potes, al famoso Pablo Emilio Potes, el mismo personaje
tantas veces citado por mi padre. En dicho artículo, el coronel Mera revelaba
que el tío de un amigo suyo había sido llamado de urgencia por Potes quien,
moribundo, abandonado en una pocilga de la calle 63 de Bogotá, había sentido la
necesidad de hacerle una extraña confesión.
Textualmente le había dicho: "Por el aprecio que le tengo y para descanso
de mi alma lo mandé llamar. Yo estoy pudriéndome en vida y estoy pagando mi
pecado por el mal tan grande que le hice al país: yo maté a Gaitán".
Nada de esto ha tenido difusión en la prensa. Pero, para mí, fue un informe
estremecedor que no me deja en paz. Confirma lo que mi padre siempre me
aseguró.
Plinio Apuleyo Mendoza
Especial para EL TIEMPO
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